Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 13 de marzo de 2015

246.-Comentarios, frases y la biblioteca personal de Umberto Eco.-a


  

Biblioteca



En la conferencia de prensa Eco dijo:

 “si tuviera que dejar un mensaje a posteridad para la Humanidad, lo haría en un libro en papel y no en un disquete electrónico”. 

Eco comentó haber visitado la Biblioteca Nacional donde vio “libros que tienen 500 años de antigüedad y, si considero los manuscritos, he visto algunos ejemplares escritos hace 1.000 años”. 
Añadió que en realidad nadie sabía cuánto podría durar el disquete de una computadora, teniendo en cuenta que los discos flexibles desaparecieron prontamente dando paso a otras tecnologías. 


“En cualquier caso, hemos escrito un libro de 350 páginas para argumentar la larga vida que aguarda al libro en papel los nuevos medios de expresión surgidos a lo largo de la historia, no han matado o han eliminado a los anteriores; desconocemos todavía la dimensión del fenómeno de Internet. Ahora bien, en un libro o en una obra de teatro sabemos quién es el autor o la tendencia ideológica, mientras que en el Internet se presta a una especie de mermelada comunicativa en la que todos hablan igual, como sucedió con las emisoras de radio hace unos años. 

No le deseo ni a mi peor enemigo leer las obras completas de Proust en formato electrónico. Pero leer el periódico en un libro electrónico, mientras se viaja en tren por ejemplo, puede resultar muy cómodo. El libro electrónico tiene más posibilidades de sustituir al periódico que al libro tradicional”, dijo quien actualmente bordea los 80 años de edad.



  

Citas. 


"Adoro a los gatos. Son de las pocas criaturas que no se dejan explotar por sus dueños."

"El fin del terrorismo no es solamente matar ciegamente, sino lanzar un mensaje para desestabilizar al enemigo."

"El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee."

"Hay libros que son para el público, y libros que hacen su propio público."

"Hoy no salir en televisión es un signo de elegancia."

"La maquinaria que permite producir un texto infinito con un número finito de elementos existe desde hace milenios: es el alfabeto."

"La televisión se nos aparece como algo semejante a la energía nuclear. Ambas sólo pueden canalizarse a base de claras decisiones culturales y morales."

"Los libros son esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera."

"Nada es más nocivo para la creatividad que el furor de la inspiración."

"Disimular es extender un velo compuesto de tinieblas honestas, del cual no se forma lo falso sino que se da un cierto descanso a lo verdadero."


  

Nota:


De "La Isla del Día de Antes", dicho por el personaje: Roberto

"Los objetos están semanticamente desgastados antes que su materialidad."

"El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?"

"Nada consuela más al novelista que descubrir lecturas que no se le habían ocurrido y que los lectores le sugieren."

"El autor debería morirse después de haber escrito su obra. Para allanarle el camino al texto."

  

De Cómo se hace una tesis. 

"Hacer una tesis significa: (1) localizar un tema concreto; (2) recopilar documentos sobre dicho tema; (3) poner en orden dichos documentos; (4) volver a examinar el tema partiendo de cero a la luz de los documentos recogidos; (5) dar una forma orgánica a todas las reflexiones precedentes; (6) hacerlo de modo que quien la lea comprenda lo que se quería decir y pueda, si así lo desea, acudir a los mismos documentos para reconsiderar el tema por su cuenta."

Cómo se hace una tesis. Barcelona: Gedisa, 1977.


"Además, si se trabaja bien no hay ningún tema que sea verdaderamente estúpido:
 trabajando bien se sacan conclusiones útiles incluso de un tema aparentemente remoto o periférico."


"Es preciso entender la tesis como una ocasión única para hacer algunos ejercicios que nos servirán mientras vivamos."


"Una de las primeras cosas que se han de hacer para empezar a trabajar con una tesis es escribir el título, la introducción y el índice final; esto es, precisamente las cosas que todos los autores hacen al final."


"Una tesis es como una partida de ajedrez, tiene cierto número de movimientos, pero desde el principio hay que estar capacitado para predecir los movimientos a efectuar con vistas a dar jaque mate al adversario."


"El objetivo de una buena introducción definitiva es que el lector se contente con ella, lo entienda todo y no lea el resto."


"La posesión de la fotocopia exime de la lectura."


"Los libros se respetan usándolos, no dejándolos en paz."


"Hacer una tesis significa divertirse y la tesis es como el cerdo, en ella todo tiene provecho."



  

Un paseo por la biblioteca de Umberto Eco.



biblioteca

"Es un antiguo hotel. Cuando se le remodeló los copropietarios buscaron que se tumbaran todos los tabiques, a fin de tener habitaciones grandes. Por mi parte conservé la mayor parte de las paredes, rincones,corredores, para poder instalar estantes".
Las ventanas del balcón dan sobre una de las torres del Castello Sforzesco, en el corazón de Milán. El apartamento es blanco, luminoso, decorado con cuadros de Baj, de Cremonini o de Schifano. En el centro de la estancia, una vitrina elegante, con, a la derecha, conchitas y a la izquierda, abiertos sobre sus páginas más bellas, catálogos de anticuarios y algunas obras de botánica.

"Cuando yo escribía La isla del día de antes, había catálogos de arte naútico, de islas y de islotes. Cuando publiqué Baudolino, la cubrí de monstruos... ¿pero dónde está la estatuilla de Federico Barbarroja? Un regalo de mi hijo... Eso, son los Monumenta germania historicae. Unos amigos me hicieron construir una reliquia falsa de Baudolino, de san Baudolino. Los monjes de Melk, que cito en El nombre de la rosa, los monjes me regalaron un cofre grande, y me dijeron: mire, mire, puede ser que encuentre, quien sabe, alguna cosa que le interesará... ¡Sobre un pergamino verdadero, ellos habían escrito un falso documento sobre Bolonia!"

biblioteca

El profesor Umberto Eco tiene el aire de un niño en medio de sus tesoros. Todavía se ríe de un día haber comprado este recipiente donde, en el formol, nada una extraña escultura orgánica, cojones y riñones de perro. Cuando muestra un incunable o un manuscrito precioso, se pone a descifrar, a acariciar con sus dedos las ilustraciones.
 "No se sabe si fue Botticelli quien lo ilustró, o Mantegna. Pero es el libro más bello jamás impreso: la Hypnerotomachia Poliphili. No es un bibliófilo que no se condenaría por tener una copia perfecta, sin rayaduras, sin manchas, ni polillas, con los márgenes grandes y, si es posible, con hojas extensas. Y si circulara una copia con las notas compactas al margen de James Joyce, y en gaélico, ¡mataría por tenerla!, ¡me conformo con la copia que tengo! Osó confesar que, cuando trabajo sobre un libro raro, no puedo impedirme poner pequeñas anotaciones en lápiz, muy ligeras, para que puedan borrarse con goma de borrar. Eso me ayuda a sentir que el libro es mío. ¡Soy un bibliófilo, no un bibliómano!"
A cada objeto que muestra, le añade una anécdota o un recuerdo
"Es la laurea ad honoris causa de la universidad de Tel-Aviv. Me la enviaron en inglés... Hice enmarcar la carta de Calvino, está escrito en todos sentidos, ¿se diría un caligrama, no? He aquí la primera edición de Cyrano de Rostand, de 1897. En el interior hay una carta de Coquelin, el primer intérprete de Cyrano. Coquelin el mayor, porque hay otro Coquelin..."

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El apartamento de plaza Castello es una biblioteca inmensa.

Uno de los corredores, tapizado de arriba a abajo, mide diecisiete metros. 
"Hice el conteo de mis libros hace diez años. Ahora puedo corregirlo de memoria. Aquí, hay 30 mil y no debe, según una ley que me impuse, sobrepasar esa cifra. Cuando me cambié, pude, por vez primera en mi vida, colocar los libros en una sola fila. Colocarlos en dos o tal vez tres filas, ¡es cómo si no se les tuviera! Cerca de cada seis meses, hago la selección entre los que deben permanecer aquí y los que pueden ir al campo. En mi casa de campo, donde dispongo de un gran espacio, hay cerca de diez mil. 

En Bolonia, tengo todavía dos o tres mil, y en mi apartamento parisino cerca de un millar. Llegamos a los 50 mil volúmenes... La pregunta más estúpida que me hacen cuando se visita mi biblioteca, es evidentemente:
 ¿Los ha leído todos?" 

Para orientarse en su mundo, Umberto Eco escuchó la voz de la razón: separó, en tanto se pudo, las obras de ficción, la literatura, los ensayos teóricos, las obras de filosofía, de lingüística, de historia, de sociología, estableció en el sentido de cada sección, un orden cronológico y, para un mismo periodo, se fijó una clasificación alfabética. "
Pero lo importante no es tanto tener un libro y haberlo acomodado: ¡es acordarte que lo tienes!" Por lo tanto es en la "navegación de memoria" que el Professore confía ante todo, porque "en una biblioteca, hace falta poder ir a buen puerto, pero también perderse y dejarse llevar".

biblioteca

La ciencia deja su historia tras ella, la filosofía jamás "aventaja" su pasado. ¿Es lo mismo en la literatura?

«En efecto todos los filósofos son "contemporáneos", y nadie puede decir que Spinoza o Kant hayan sobrepasado o hecho envejecer a Platón. Cuando tratas un problema, y eres "tomado" por Descartes, debes acordarte que el mismo problema se encuentra en Kierkegaard o en Hume. Por mi parte, tengo una tendencia muy peligrosa ¡a tener todos los libros abiertos al mismo tiempo sobre mi escritorio! En cuanto escribo tres líneas sobre tal tema, me levanto y voy a buscar otro libro, luego otro más. Es una tendencia extraordinariamente "dispersiva", pero tal vez productiva, porque es la única manera de leer ciertos libros que no has leído. Para las obras narrativas, hay lo que se podría llamar el juego de la "persecusión" Si lees un libro sobre los relojes, debes acordarte que hay un reloj en otro texto pero sólo si el trabajo que haces es un trabajo crítico.
 Cuando se hace en una novela no se debe "salir" A menos que se "persiga" un tema o una idea. Hace algunos meses mi editor alemán me dijo: debido a que describiste tan bien la niebla en Baudolino, ¿porque no harías un pequeño libro, de un centenar de páginas sobre la niebla? ¡Nada de eso! Pero me había instalado una idea en el cerebro y, durante dos meses, me paraba a las tres de la mañana para ir a buscar cosas sobre la niebla. Con la Internet se teclea "fog" o "mist" y se obtienen miles de respuestas. Construí así un fichero de 200 páginas de citas sobre la niebla. 

Lo dejé de lado, lo dejé "descansar". Pero es el viaje de memoria, en los libros, que es extraordinario. De la niebla en la batalla de Borodino en La guerra y la paz, fui a buscar aquello que, al menos en mi memoria debía estar en Huckleberry Finn. Estaba seguro que la batalla de Waterloo que Stendhal describió en La cartuja de Parma se desarrollaba en la niebla. Y no, ¡llovía! Hay libros que, por definición, están llenos de niebla. He escrito ensayos sobre Sylvie de Nerval, la traduje al italiano, intentando dar cuenta de lo que ya en Proust era un "efecto de bruma", está bruma que impide comprender donde se está.
 Fui a verificar: ninguna niebla, todo ocurre durante noches de luna llena. Lo mismo para Brujas la muerta de Rodenbach o la obra de Simenon. Se tiene la impresión que todo Maigret está envuelto en la niebla. Hay tal vez un poco de bruma en una lluvia fina, pero mucho menos niebla de lo que se cree. ¡Es Simenon quien es "brumoso", no el París o la Normandía de Maigret! De esta circunnavegación entre libros y recuerdos puede tal vez, en efecto, nacer una novela". »

Departamento de Umberto Eco

A la entrada de su biblioteca que él dice es "semiológica, curiosa, lunática, mágica y neumática", Umberto Eco ha puesto como un sésamo un estante "fuera de serie", donde colocó, mezclados, los libros a los cuales se siente sentimentalmente ligado o que han contado en su vida.

«La primera edición de Pinocho de Collodi, con las ilustraciones de Mussino, Los novios de Manzoni, de 1827, la primera edición de La catedral, con la dedicatoria de Huysmans, la primera edición de Sylvie en la Revue de deux Mondes... ella está en otra parte, pero aquí tengo mucho también, por ejemplo, La filosofía en la Edad Media de Etienne Gilson, que, de la época de mi licenciatura hasta hoy, siempre me ha acompañado.
El libro se hizo en los años 50 con un papel infame y hoy, no puedo tocarlo porque se hace polvo. Podría comprar una nueva edición, recopiar las numerosas anotaciones que le he puesto al margen, pero no puedo decidirme a perder este ejemplar, que, en su frágil antigüedad, me recuerda mis años de formación.
En estos estantes, más abajo, hay cosas "objetivamente" más preciosas: ¡pero son facsímiles! 
Entré en una suerte de "círculo virtuoso": los editores tienden a acompañar a un facsímil con un volumen crítico, algunos me han pedido escribir textos como prefacio, y después me ofrecen obras que cuestan fortunas. Jamás compraría un facsímil, porque por el mismo precio se puede tener un bello original. Pero, en fin, porque no tendrás jamás en la vida una edición manuscrita del Comentario del apocalipsis del Beato de Liébana, te contentas con el facsímil que tienes, ¡que te regalaron! Mira, tienes allá El libro de Kells, que inspiró a Joyce. He calculado que ningún ser humano puede ver el original en toda su vida: abren una página por mes, bajo un vidrio blindado, y aun si se tuvieran los medios para ir frecuentemente a Dublín, ¡faltaría tiempo! Además, el facsímil es de una perfección absoluta...

A la entrada de la cueva de Alí Babá, existen otras maravillas, donde apenas se adivinan títulos que sería fascinante descubrir: 
Exposicio im apocalipsim, De civitate dei Augustinus dei cum commento (1490) Iacobus Sprenger y Henricus Institoris; Malleus Maleficarum (1492) Raban Maur, De laudibius sanctae crucis Porcheim in aedibus, Thomae Anselmi (1503). "¡Se encuentra allí el primer ejemplo de caligramas!" Philippus II, Dei gratia rex, Aldovrandi, Monstrorum historia (1672)... Pero Umberto Eco está ya en lo alto de una escalera que tiene cuatro patas frente a otros estantes. "Crónica de Nuremberg...
 estoy muy orgulloso de tener esta edición, que contiene la célebre tabla de los trece monstruos. En una biblioteca de Cambridge vi una copia sobre una mesa, cortada por un bibliómano chiflado. El libro de las maravillas..."
Biblioteca 

¿El libro de las maravillas de Marco Polo?
"¡Es un facsímil! Las ilustraciones son magníficas. He aquí una verdadera curiosidad: Crusader Castles, la primera edición de la tesis de Lawrence de Arabia..."
Si el lenguaje es el hogar del ser, los libros son el hogar de Eco. Hace grandes gestos como para dibujar un recorrido directo que permita aventurarse sin miedo ni sugestión en el laberinto.
 "El pensamiento judío, la cábala, el ocultismo allá, sobre toda la pared el material crítico sobre los libros antiguos que se han visto, luego el hermetismo del renacimiento, el Seicento, los Rosacruz, la alquimia, el diabolismo, allá hay sobre todo Joyce, pero es por azar, debo ordenar, allá eso continua con las sociedades secretas, la masonería, los neofascismos, en la otra pieza, la antropología, el sicoanálisis, la filosofía, aquí la literatura francesa, inglesa, americana e italiana, en los estantes de abajo aquella de otros países...
Se remontan los siglos a toda velocidad:
"Aquí están los "eartly French", los trovadores, los ciclos carolingios, el Cinquecento, mucho del barroco, muy poco del XVII, mucho del XIX, Lesage, todo Nerval, todo el folletón, Sué, Verne, los decadentes, los simbolistas, Proust, los surrealistas, después los contemporáneos, y recomenzamos por A..." 
Se detiene sobre los estantes que están a la altura de sus ojos:

La muerte de Venecia de Mauricio Barres, La Atlántida de Pierre Benoit, Tartarín de Tarascón de Alfonso Daudet, El restaurante de la reina Peudaque, Yocasta y el gato delgado de Anatole France, La novela de un espahí de Pierre Loti, Afrodita, El canto de Bilitis, La mujer y el payaso de Pierre Louÿs, Pel di Carota de Julio Renard "Todavía no hace mucho que se italianizaban los nombres, se decía Carlo Marx o Federico Nietzche", Croquignole, Bubu de Montparnasse, Magdalena la buena y la pobre María. Cuatro historias de pobre amor de Carlos-Luis Felipe, La Reina del silencio, Vidas cerradas, El espejo del cielo natal, de Georges Rodenbach, La sacerdotisa de Isis de Eduardo Schuré...


De manera simbólica, como para establecer un lazo entre su trabajo de novelista y su trabajo de semiólogo, Umberto Eco colocó el escritorio donde escribe "entre" dos piezas de la biblioteca. Detrás de su sillón, sobre un estante entero, que cubre la pared, ordenó sus propios libros, las traducciones, las tesis que le han consagrado, los comentarios de su obra.
"El nombre de la rosa ha sido traducido a 35 o 38 idiomas, creo. Hay inclusive algunas traducciones piratas, como aquella en árabe, que tiene una cubierta llamativa y un bello título:

 ¡Sexo en el convento!" Al recorrer la sala en el sentido de las manecillas de un reloj, se reconstruye toda la historia del pensamiento: los presocráticos, la antigüedad ("por el número de volúmenes, ¡se ve que me siento mejor con Aristóteles que con Platón!", los padres de la Iglesia, Bizancio, el templarismo, Abelardo, Duns Scot, Santo Tomás (abiertos mil veces, el lomo quebrado, los libros de Tomás se ven de lejos), Giordano Bruno, Campanella, y, al otro lado, Leibniz, Kant ("¡tengo más Kant que Hegel!") Nietzche, Heidegger, el historicismo, la fenomenología, el marxismo italiano, de Gramsci a Antonio Negri, la filosofía francesa...
No debe faltar un solo libro publicado sobre la estética y la lingüística, es tan detallada la clasificación: retórica, semiótica de la literatura, deconstrucción, formalistas rusos, semántica, filosofía analítica, Wittgenstein, teorías de la argumentación, cognitivismo, Charles S. Peirce. 
En ese panorama del pensamiento, Eco ha coloreado sus propios paisajes y sus objetos de estudio: la edad media está en todo relieve, abundan los bestiarios, las obras sobre la mnemotecnia, los herejes y los santos, las lenguas ideales, los viajes extraordinarios o acumulados para la redacción de Baudolino sobre el nacimiento de la ciudad de Alessandria, las naves, la flora, las vías marítimas...

¿Existe en esta biblioteca un infierno, o una sección de libros poco "dignos"?

«No me avergüenzo de nada. Creo tener en el campo tres o cuatro cajas de Penthouse y de Playboy, revista sobre la cual escribí antaño un ensayo, tengo toda una colección de historieta, de gialli (novelas policiacas), de relatos de ciencia ficción. ¿Cuál es la dignidad de un libro? En lo absoluto, La divina comedia es evidentemente más digna que las obras de los "locos literarios", y desde un punto de vista anticuario, la primera edición de Ossi di seppia de Montale "vale" ciertamente más que la segunda... Pero no para mí, que he escrito sobre los "locos literarios" y descubierto cosas maravillosas. Puede haber libros muy malos y estúpidos, que tienen valor porque tú los has subrayado y has aprendido algo... Es aun bello, un libro, pensado para ser tomado en las manos, para que caiga sobre las rodillas cuando te duermes, para ser leído en un sofá, un tren, una barca, allá donde no hay ninguna toma eléctrica, que se acuerda por la fatiga de sus páginas del número de veces que lo has ojeado, o, al revés, al permanecer rígido, te acuerdas que todavía no lo has leído...»
francia vera valdes
1982

Umberto Eco debía hablar todavía del Oedipus Aegyptiacus de Kircher y de la Patrologia latina de Migne. Pero regresa a la "sala de literatura" y se dirige directamente hacia un estante: "he aquí el rayo de la nostalgia": todo Rocambole, todo Fantomas, La torre del mundo de un chamaco de París de Luis Boussenard, y los volúmenes de La biblioteca de los muchachos, nuestro "Tesoro de la juventud".
He encontrado una treintena con los "bouquinistas". ¿Se acuerdan todavía de los Petits rois d'Ys de Gustavo Toudouze? ¿Qué maravilla! En italiano se llamaba La cittá sommersa, había con ilustraciones a color. Debo tener en alguna parte los pedazos de la primera edición. Allá están los libros de texto. El libro de lectura...

 "Me acuerdo de él palabra por palabra. Tengo el de las clases preparatorias, del curso de primer año de primaria, de la clase de primero de secundaria y del segundo año. Me falta el de segundo año de primaria. Pero ya lo encontraré" 

  

                                                                Frases.



1. Sobre los libros.

"Los libros no están hechos para que uno crea en ellos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa". El nombre de la rosa.

2. Sobre los padres.

"Creo que aquello en lo que nos convertimos depende de lo que nuestros padres nos enseñan en pequeños momentos, cuando no están intentando enseñarnos. Estamos hechos de pequeños fragmentos de sabiduría". El péndulo de Foucault.

3. Sobre Dios.

"Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no quiere decir que creen en nada: creen en todo".

4. Sobre el amor.

"El amor es más sabio que la sabiduría". El nombre de la rosa.

5. Sobre los héroes.

"El verdadero héroe es héroe por error. Sueña con ser un cobarde honesto como todo el mundo".

6. Sobre los villanos.

"Los monstruos existen porque son parte de un plan divino y en las horribles características de esos mismos monstruos se revela el poder del creador". El nombre de la rosa.

7. Sobre la poesía.

"Todos los poetas escriben mala poesía. Los malos poetas la publican, los buenos poetas la queman".

8. Sobre el periodismo.

"No son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia". Número cero.

9. Sobre internet.

"Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles". Eco al diario La Stampa.

10. Sobre la corrupción.

"Hoy, cuando afloran los nombres de corruptos o defraudadores y se sabe más, a la gente no le importa nada y solo van a la cárcel los ladrones de pollos albaneses". Eco a la Agencia Efe.


  

Carta a Umberto Eco.

28 Sep 2023
/EDUARDO MARTÍNEZ RICO 


Admirado Umberto Eco:

La verdad es que no sé muy bien cómo empezar esta carta; tal vez insistiendo en el encabezamiento, es decir, que te admiro mucho y que he disfrutado y disfruto mucho con tus escritos. Te tuteo, pero podría tratarte de usted, pues es mucho el respeto que te tengo, respeto artístico, filológico, literario, respeto en sentido amplio, muy amplio.
He leído algunos libros tuyos, tampoco muchos, no demasiados, pero los suficientes como para escribir esta carta con alguna seguridad. Con el que más he gozado, y gozo —“gozo” es la palabra adecuada— es con El nombre de la rosa, libro infinito como los mejores laberintos, libro a mi juicio muy apto para leer durante toda una vida, porque siempre se aprenden en él cosas nuevas, siempre se ven en él detalles con los que disfrutar.
"El péndulo de Foucault sí que lo leí, y fue para mí leerlo como un desafío. Pero lo conseguí, y lo disfruté mucho, a su manera, aún sabiendo que se me escapaba tanto de lo que tú habías puesto en su escritura"

Por  otra parte, tuviste la gran suerte de que le hicieran una adaptación cinematográfica portentosa, obra de Jean-Jacques Annaud, película que casi me atrevería a decir que está a la altura de la novela, una altura muy elevada. Creo que no es sólo esto, es que ambas creaciones se complementan admirablemente, la película ilumina la novela, y la novela ilumina, potencia, la película. Ambas sirven para profundizar la una en la otra. En fin, que constituyen una fiesta increíble.

Por ello, ante toda esta maravilla, el resto de tus libros, interesándome tanto, parece que están en desventaja. Tú dijiste, según leí en su día, que cuando acabaste El nombre de la rosa tuviste la sensación de que no escribirías otra novela, porque te parecía que habías dicho todo lo que te interesaba decir, o que habías escrito en ella sobre todo lo que te interesaba. Y fíjate cuántas novelas  publicaste luego.

El péndulo de Foucault sí que lo leí, y fue para mí leerlo como un desafío. Pero lo conseguí, y lo disfruté mucho, a su manera, aún sabiendo que se me escapaba tanto de lo que tú habías puesto en su escritura. Pero es que yo opino que los libros están para leerlos y para releerlos, los que merecen la pena, para entenderlos y disfrutarlos cada vez más conforme pasa el tiempo, que también es amigo y aliado, no enemigo, como a menudo parece. El tiempo es creador, aunque pueda parecer con frecuencia destructor.

Los libros son para volver a ellos una y otra vez si de verdad nos lo solicitan, si de verdad nos interesan o nos gustan tanto para ello.

"Yo pienso que El nombre de la rosa, y seguramente otros libros tuyos, podrían ser un taller de escritura y de lectura inmejorable para aprender a escribir y a leer"
Me acuerdo que Francisco Umbral, que tanto me enseñó, decía que el mejor taller de escritura era leer un libro, “leérselo bien”. Él no creía precisamente en los talleres de escritura. Yo pienso que El nombre de la rosa, y seguramente otros libros tuyos, podrían ser un taller de escritura y de lectura inmejorable para aprender a escribir y a leer, para hacerlo cada vez mejor, hasta lograr, quizá, el grado de excelencia que tú tenías, querido Umberto. Es más, yo creo que muchos te tenemos como una especie de profesor universal, que siempre nos está dando buenas ideas, que siempre nos está divirtiendo, desde sus artículos, sus ensayos, sus novelas, sus clases… Los que tuvieron la fortuna y el privilegio de asistir a ellas.

Pero yo al menos, en este sentido, pude disfrutar de tu libro Cómo se hace una tesis, que he leído varias veces, que reviso con bastante frecuencia, por ejemplo para escribir esta carta. Me acuerdo cómo lo cogía de la biblioteca de mi Facultad, la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, y yo creo que lo leí al hacer la tesis doctoral por lo menos tres veces, haciéndole mucho caso durante mis investigaciones y durante la escritura de mi propia tesis.

Entonces yo decía que este libro, tan práctico, era el que más me gustaba de entre los tuyos, quizá por lo cotidiano que tenía para mí, pero con el tiempo El nombre de la rosa, que ya había leído antes, se ha destacado mucho en mis preferencias. Unas preferencias que nacen sin duda del placer lector, por un lado, y por otro de la admiración que siento hacia ti como escritor, y seguramente más allá de eso, como ser humano que vive en la tierra, que se pregunta por el mundo y que trata de responder sobre él, sobre el mundo, sobre los seres y las cosas, por tratar de expresarlo de alguna manera. Tú esto lo hiciste realmente bien en mi modesta opinión.
"No me equivoco si digo que para muchos has sido un compañero desde la lejanía, un maestro, por qué no decirlo, desde esa cercanía lejana"
Volviendo brevemente a tu primera novela, El nombre de la rosa también lo leí varias veces. La primera no me debí de enterar mucho, pero lo leí, y sin duda la película me debió de ayudar para disfrutarlo. Pero con el tiempo tuve que impartir un curso de novela histórica y volví a leerlo, esta vez con lápiz en la mano, estudiándolo, y ahí fue cuando entré en él. Todos sabemos que en los libros hay que entrar, y que en unos cuesta más que otros. Hace no mucho escribí para Zenda un artículo sobre ti y sobre El nombre de la rosa, y volví con fuerza al libro. Recuerdo que estuve aquella Semana Santa, la anterior, leyendo la novela, y no sólo El nombre de la rosa, sino revisando también otros libros tuyos que ya había leído, como Apocalípticos e integrados.

No tengo en casa otro libro que sí leí mientras hacía la tesis, precisamente porque de él escribía muy bien Umbral —que era el tema de mi tesis— en artículos suyos antiguos, y era Obra abierta, un ensayo que recuerdo  que me gustó mucho. Luego te he seguido en artículos, entrevistas, premios… No me equivoco si digo que para muchos has sido un compañero desde la lejanía, un maestro, por qué no decirlo, desde esa cercanía lejana que algunas personas saben crear en los medios de comunicación, el periódico, la radio, incluso la televisión, que cuando quiere y se lo propone también enseña y deleita mucho con escritores y cultura en general.

Umberto, no te conocí en persona y pienso que es mejor así. Así conservo todo el buen sabor de boca, inmejorable, que me dejan tus obras, tus palabras, tu figura, que siempre tengo presente con admiración, respeto y simpatía.

  27 Jun 2023/

ENRIQUE TURPIN  
  Umberto Eco


Interpretaciones autobiográficas

Uno echa un vistazo a la biografía de Umberto Eco (1932-2016) y no sabe si pesa más su fama de fabulador de renombre mundial —con El nombre de la rosa (1980) como cabeza de cartel de sus nueve novelas— o su faceta ensayística vinculada a la cátedra de semiótica en la Universidad de Bolonia, con una labor editorial ininterrumpida desde mediados de los años 50, ahí es poco. De ser sus amigos, deberíamos evitar entrar en confrontación con el autor de Los límites de la interpretación, dada la facilidad contrastada para desordenar certezas y esa capacidad privilegiada para convertirnos a la fe que profesaba el maestro.

"Es lugar común señalar que los maestros son importantes si dejan huella en sus discípulos, si éstos terminan floreciendo de algún modo, ajenos a la sombra del progenitor intelectual"
Confesiones de un joven novelista, ahora reeditada con aires de novedad en la misma editorial que le siguió los pasos desde muy temprano, es un libro travieso, luminoso, de los que cautivan al lector con sentencias iniciales como que “hay dos clases de poetas: los buenos, que queman sus poemas a los dieciocho años, y los malos, que siguen escribiendo poesía mientras viven”. El juego de la paradoja, la epatancia, o lo que es lo mismo, el gusto por la sorpresa festiva, unido a un grado supino de usos irónicos dentro de un discurso abiertamente crítico, juguetón, divertido, insaciable en recursos estilísticos al tiempo que flexible en su capacidad analítica, donde nada queda por observar ni medir ni diagnosticar ni nada resiste el cuestionamiento, todo cabe aquí.
"¿Por qué no lloramos si un amigo nos cuenta que la novia lo ha dejado y, por el contrario, nos emocionamos al leer el episodio de la muerte de Anna Karénina?"

Es lugar común señalar que los maestros son importantes si dejan huella en sus discípulos, si éstos terminan floreciendo de algún modo, ajenos a la sombra del progenitor intelectual. Umberto Eco ha ejercido de mentor en la corta y la larga distancia. Las conferencias Richard Ellmann, base de estas confesiones, son buena muestra de lo segundo; aunque si se piensa bien, no está más cerca el maestro desde la tarima que desde las páginas de un libro, tal vez todo lo contrario. En este volumen misceláneo, el “joven novelista”, que lo es por su dedicación tardía a la ficción, aborda el asunto de la invención, tan caro a Aristóteles, explica los modos de acercarse a cada una de sus novelas antes de ponerse a escribir, pero no olvida echar cuentas del modo en que crea a los personajes ni a la realidad que los rodea (detallista al modo nabokoviano nuestro Eco). 
No deja de contar las complicaciones que se derivan de la búsqueda de la ambigüedad en que el escritor ha de mantenerse para que sus lectores sean libres de hacer su propia interpretación del texto o para deshacerse de las manipulaciones emocionales que subyacen en todo acto creativo relacionadas con la verosimilitud y, por encima de todo, con la honestidad. El poder de la literatura está en juego. ¿Por qué no lloramos si un amigo nos cuenta que la novia lo ha dejado y, por el contrario, nos emocionamos al leer el episodio de la muerte de Anna Karénina? Ésa es la cosa, amigos. El volumen se cierra con un entramado de listas, que no son sino otro modo —su modo— particular de apropiarse del mundo que rodeaba al escritor del Piamonte.

Con humor persistente, honda sabiduría, gusto por lo lúdico al estilo horaciano, Umberto Eco hace de estas páginas una orgía de estímulos y placeres sutiles que agradará tanto a los convertidos a la causa como a los recién llegados. La sombra del maestro sigue siendo alargada.

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Autor: Umberto Eco. Título: Confesiones de un joven novelista. Traducción: Guillem Sans Mora. Editorial: Lumen. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

  

Sobre El nombre de la rosa y Umberto Eco

13 Abr 2023
EDUARDO MARTÍNEZ RICO 

Confieso que me cuesta un esfuerzo empezar un artículo sobre El nombre de la rosa y Umberto Eco, un libro y un autor que me acompañan desde hace ya muchos años, por lo menos desde 1992, que fue cuando llegó esta novela prodigiosa a mi casa, a mi vida. La ofrecía como número uno de su colección de Narrativa Actual la editorial RBA. Recuerdo que se vendía en quioscos, con una gran tirada, y que se publicaba, si no recuerdo mal, junto a El perfume, de Patrick Süskind, que era el número dos de la colección. Es posible que hasta lo anunciaran en televisión.

Creo que leí entonces por primera vez El nombre de la rosa, entendiendo lo que podía, porque no me parecía un libro fácil en absoluto, y eso que yo ya había leído bastantes libros extensos y no fáciles, además disfrutándolos, aprendiendo mucho de ellos. De El nombre de la rosa aprendí mucho, siempre aprendí mucho, pero estoy seguro de que he aprendido más después. Por ejemplo cuando impartí un curso de novela histórica en el Colegio de Farmacéuticos de Madrid e incluí este libro. Ahí volví a leerlo entero, subrayando y buscando información por aquí y por allí sobre él. Me temo que sobre El nombre de la rosa y sobre Umberto Eco se habrán escrito ya muchos libros y tesis doctorales. Pero eso no quita para que yo sienta un gran placer escribiendo estas líneas.
Ahora, gracias a otro tema, digamos académico, literario desde luego, vuelvo a El nombre de la rosa; vuelvo a mi viejo ejemplar de RBA Editores, que ya va estando fatigado, como me parece que dicen los libreros, pero cada día más sabio, con más subrayados —que ya sabe el lector que me gustan y me ayudan—, y más anotaciones. Si El nombre de la rosa es una novela magistral, en mi opinión, mi edición personal del libro es además un profesor, un maestro para mí, por lo que escribió Eco y por lo que yo voy subrayando y anotando después, a lo largo del tiempo. Los libros son un itinerario, señales de vida. Luis Alberto de Cuenca siempre dice que su biblioteca es su biografía.

Aprovecho para leer por aquí y por allí El nombre de la rosa, para releer las Apostillas a El nombre de la rosa, que me están gustando ahora más que nunca, aparte de otros textos de Umberto Eco. Hojeo también libros que leí en su día de él, como El péndulo de Foucault, que compruebo que es un texto polémico entre bastantes autores, o Cómo se hace una tesis, un libro que me gustó muchísimo cuando hice mi propia tesis doctoral, que me acompañó y me guió, una verdadera brújula, sabia y además muy amena.

Yo siempre decía que mi libro favorito de Umberto Eco era ése, Cómo se hace una tesis, por muchas razones, por lo vivido, también por lo afectivo, pero ahora debo reconocer que El nombre de la rosa va adelantando a muchos otros de Eco, aunque también vaya descubriendo otros del autor. El péndulo de Foucault, entre muchos, tiene fama de pretencioso —al mismo Luis Alberto no le gusta, gustándole mucho El nombre de la rosa—, de excesivamente complejo, supongo, pero yo lo disfruté en su día, recuerdo, leyéndolo en unos días de vacaciones con amigos en la playa, en el sur, con esa fe que ponemos en algunos libros, sobre todo en algunos. 

Hay libros, pienso, que no hace falta entenderlos del todo para disfrutarlos mucho, y eso me pasó en su día con El nombre de la rosa, y también con El péndulo de Foucault, y con otros. Ahora que creo que comprendo mucho mejor esos libros no estoy seguro de disfrutarlos más, aunque sí de otra manera. Los libros no son para mí una gozosa asignatura, sino algo diferente, algo que tiene que ver con la magia y con la Vida, con mayúscula, con una especie de ideal inalcanzable que paradójicamente alcanzamos con los libros, leyendo y escribiendo.

Mi viaje, este viaje literario que hoy cuento y transformo en artículo, empezó por la película de El nombre de la rosa, de Jean-Jacques Annaud, que he visto muchas veces y que no me cansa nunca, como los grandes clásicos. Lo cierto es que lo mismo me ocurre con la novela. Éstas son obras que siempre están dispuestas a hacernos gozar, sí, pero también a enseñarnos, siempre. Están cuidadas hasta el más mínimo detalle y el lector/espectador lo percibe y se regocija de ello, aprendiendo muchísimo por si fuera poco.

Es más, en este mi retorno, enésimo retorno al libro El nombre de la rosa, pienso, intuyo, que esta novela en el futuro será tratada como un gran clásico. Luis Alberto de Cuenca me dice en un WhatsApp que de eso no hay ninguna duda. Seguramente ya es un gran clásico. Yo creo que en el futuro tendrá un puesto de privilegio, al nivel más alto. El editor venezolano Harrys Salswach me dijo muy recientemente que estaba de acuerdo, y que también las otras novelas de Eco eran extraordinarias, como El péndulo de Foucault, La isla del día de antes y otras. Me dijo también que en su opinión el problema con El nombre de la rosa es que lo ha leído mucha menos gente de lo que parece, de lo que se vendió, y que si en un primer momento se pudieron vender 400.000 ejemplares sólo el diez por ciento, 40.000, leyeron de verdad el libro. A mí siempre me ha extrañado mucho que un libro tan complejo, tan difícil de leer, con tanta cultura y tanto latín, hubiera alcanzado la categoría de best seller, en cuanto a ventas.
 En cuanto a la calidad, para mí la tiene más que sobrada, y ahí no entro. Eco, que declaró en su día que escribía para otros, y que no cree en los escritores que dicen que escriben para sí mismos, parece como si hubiera desarrollado un inmenso, complejísimo juego, primero para él, luego para todos los lectores. Es un libro maravilloso, seguramente de los mejores que conozco, aunque no me gustaría mucho hacer una lista con los mejores libros que conozco. Recuerdo que mi profesor Antonio Prieto decía que a su juicio las listas de obras y escritores eran propias de intelectual malo. La literatura es un terreno abierto, rico, libre y cambiante. Inconmensurable. Un magnífico océano, un vibrátil Universo.

Ahora pienso que poco podré decir que no haya sido dicho ya sobre estas obras maestras, sobre el propio Umberto Eco, que tantos lo sentimos como maestro y amigo de tantas cosas, pero aun así, ¿por qué no tomar la pluma y garabatear algunas impresiones personales? Lo que significa para uno El nombre de la rosa y su autor. Eso es lo que he tratado de hacer estos días de Semana Santa, leyendo y documentándome, y hoy escribiendo, en Domingo de Pascua.



 

HORAS CRÍTICAS

Umberto Eco: la verdad está ahí dentro (de las bibliotecas)
Escrito por Bruno Padilla del Valle el 25 septiembre, 2023.

«El total de las bibliotecas representa el conjunto de la memoria de la humanidad, de ahí que el problema de la memoria colectiva esté ligado al de la lectura»
La memoria vegetal es el concepto que acuñó Umberto Eco (1932-2016) para referirse a esa porción, podría decirse material, de la memoria cifrada en los libros, cuyo hábitat natural son las bibliotecas, tanto las públicas como las personales, que pueden estar muy abiertas a otros lectores. Según el escritor, semiólogo y filósofo italiano, la cuestión de la memoria, que tantos interrogantes plantea en esta era de virtualidades y nubes, fue adelantada por Isaac Asimov en su relato futurista La sensación de poder (1958), en el que un fallo general informático obliga a recurrir a la única persona en el mundo que aún es capaz de hacer operaciones matemáticas «de cabeza». 
El documental Umberto Eco: La biblioteca del mundo (2022), que estrenó en nuestro país el Atlántida Film Fest y que ahora puede verse en Filmin, tiene como asunto central ese vínculo entre literatura y memoria, que toma cuerpo en las estanterías de su famosa colección.

La película comienza con el propio autor flanqueado por decenas de estanterías llenas de libros mientras atraviesa un largo corredor y luego una amplísima estancia. «La biblioteca es a la vez símbolo y realidad de una memoria colectiva», dice, y a continuación cita a Dante cuando describe a Dios:
«Vi en un único volumen lo que en el universo se desencuaderna»
El escritor de la Comedia concibe al Altísimo como la biblioteca de todas las bibliotecas, siglos antes de que Borges imaginara su Babel. Esas declaraciones forman parte del encuentro en 2015, un año antes de la muerte de Eco, con el cineasta Davide Ferrario, con motivo de la grabación de una videoinstalación encargada por la Bienal de Arte de Venecia y titulada justamente Sulla memoria. Fueron apenas un par de días de entrevistas, pero bastaron para que el escritor piamontés invitara al equipo de rodaje a conocer su biblioteca. La escena resultante se convirtió en icónica cuando el 19 de febrero de 2016 se conocía la noticia de su muerte y los informativos de medio mundo la reproducían.
El documental de Ferrario se abre con ese eco internacional y el acontecimiento masivo que supuso en Italia. «Grazie, Prof.», leemos en una pancarta el día de su funeral, y en el film parece que asistamos a una clase magistral póstuma. Saltamos al verano de 2022 y la cámara nos sitúa de nuevo frente a la colección de libros que gestó durante tres décadas, y que su familia ha decidido donar a la Biblioteca Nacional Braidense (Biblioteca di Brera) de Milán y a la de la Universidad de Bolonia. Antes de ello, avisan a Ferrario para que, si lo desea, tome acta de ese legado en el lugar donde fue refugio para Eco. Le gustaba sobre todo atrincherarse en la sala de volúmenes antiguos, sin tecnología alguna, solo con su flauta y sus tesoros literarios. Tenía unos guantes, pero no los usaba: los libros hay que tocarlos.

No se dice en el documental, pero es sabido que Eco se enorgullecía de no haber leído la mayoría de esos 30.000 volúmenes y pico. Más que la acumulación, su pasión era la infinidad de posibilidades de conocer lo que no conocía. Esa ignorancia que crece conforme leemos, como buen amante de la paradoja, fascinaba al enorme pensador, narrador y creador de una suerte de antibiblioteca o bien, como él mismo la definía, una «biblioteca semiológica, curiosa, lunática, mágica y neumática». En ella se hallan temas tan diversos como la alquimia, los teatros químicos, el ocultismo, los jeroglíficos, la demonología, las lenguas universales o el alma de los animales (sic). «La fuerza del lenguaje no es decir lo que hay, sino describir lo que no existe», decía sobre estos libros excéntricos cuyo valor reside en que, partiendo de la periferia literaria, la diversidad o incluso la incongruencia, son capaces de recrear mundos completos, imposibles y, por tanto, mucho más interesantes.

Entre otros, el documental nos muestra los de Athanasius Kircher, jesuita del siglo XVII que escribió —o conjeturó— mucho, y sobre muchas cosas, sin necesariamente tener un gran conocimiento de ellas, pero valiéndose de un «hambre enciclopédica» y unas fascinantes imágenes que dan cuerpo a sus fantasías salvajemente delirantes con lenguaje científico, en una confusión entre lo cierto y lo falso que era otra de las debilidades de Eco. 
También descubrimos en su altar a Thémiseul de Saint-Hyacinthe, autor de un tratado de erudición sobre un poema banalísimo en torno al que despliega un ambicioso aparato crítico, dando pie al pensador italiano a reflexionar acerca del «murmullo artificial de los libros», aquel que nos exime de leerlos. Lo mejor de la película de Ferrario es cómo, al abrirnos las puertas de su biblioteca, nos abre también las de su mente y su imaginación, que releemos a la luz de estas fuentes originalísimas y de su (des)organización: los familiares desentrañan el aparente caos que responde, en verdad, a una muy personal coherencia ordenadora y a la labor de curaduría de toda una vida.

Eco defendía, precisamente, que las bibliotecas debían estar vivas, no solo porque uno las recorra y las repiense continuamente como él hacía, sino porque sean compartidas (como él hacía); cuestión que, a su juicio, diferencia a un bibliómano de un bibliófilo. Él, por descontado, se halló siempre en esa segunda categoría, y de ahí que en este documental admita que «sentimentalmente, el libro es insustituible» en su versión impresa frente a la electrónica o la memoria de silicio, que tiende cada vez a ser menos necesaria. Al creer que hemos conquistado una memoria inmensa, la hemos perdido por su inabarcabilidad, concluye, apelando a una imprescindible tarea de filtrado con su habitual lucidez:
«Este mundo está sobrecargado de mensajes que no dicen nada». 
Pero la literatura es otra cosa.

Por eso defiende que lo importante, en cualquier caso, es acercarse a los libros («La vida que se conquista con la lectura no discrimina entre la gran literatura y la de entretenimiento»), y reivindica también a dibujantes-pensadores tan brillantes como Charles M. Schulz o su adorado Quino. Sobre la habitual pregunta que concierne a los hábitos de lectura, sentencia:

 «Tener curiosidad intelectual significa estar vivos. Pero, créeme, no hay tanta gente viva en este mundo». 
Ese humor socarrón y punzante recorre los fragmentos de entrevistas y declaraciones de Eco que conforman el núcleo del documental y que muestran a un autor cómodo en las funciones de orador ante el público, de analista sin tapujos pero con mucho sentido del humor.
Pese a lo que la presencia de esas imágenes —y audios— de archivo pudiera suponer en términos cinematográficos para el documental, su puesta en escena resulta elegante y sofisticada. Además de una amplia carrera como documentalista, entre los cuales destaca el multipremiado La strada di Levi (2006), y de algunos films menores aunque interesantes como Dopo mezzanotte (2004), al cineasta Davide Ferrario (Casalmaggiore, 1956) cabe situarlo también por su trayectoria como escritor, crítico y distribuidor en Italia de títulos de Fassbinder, Wenders, Sayles o Seidelman. Umberto Eco: La biblioteca del mundo podría haber sido un documental estático al centrar el foco en estos templos de la literatura, pero en cambio se hace muy dinámico gracias a la presencia consciente de la cámara en su entrada a las estancias de la memoria literaria.

Bibliotecas antiguas o modernas, recónditas o amplias, pero todas grandiosas a su manera, como las arriba mencionadas y la Comunale de Imola, la Stadtbibliothek de Ulm, la Stiftsbibliothek de Saint Gallen, la Vasconcelos de Ciudad de México o la Binhai de Tianjin. Un paseo enriquecido por las músicas de Carl Orff (esa «Gassenhauer» que siempre nos retrotrae a la obra maestra de Malick, Malas tierras) y de Fabio Barovero, aunque como nos recuerda el propio Eco, la verdad solo está en el silencio. El silencio de la lectura, el silencio destinado a preservarse en las bibliotecas.

Umberto Eco y el ajedrez

Sergio Ernesto Negri 
05/01/2022 

– Umberto Eco, nacido el 5 de enero de en 1932 y muerto el 9 de febrero de 2016 en su insustituible Italia, fue un extraordinario novelista pero, ante todo, un notable filólogo. En uno de sus trabajos en esta última rama del saber, Lector in fabula – La cooperación interpretativa en el texto narrativo, que es de 1979, usa reiteradamente al ajedrez como punto comparativo posible en el contexto de sus análisis. Valgan pues los siguientes pasajes en los que, al establecer variados análisis lingüísticos, menciona a nuestro juego. Artículo por Sergio Ernesto Negri (Ajedrez Latitud Sur) | En la foto: Sergio Ernesto Negri (Ajedrez Latitud Sur)
“Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos «juegos». Me refiero a los juegos de ajedrez o de damas, a los juegos de cartas, a los juegos de pelota, a las competiciones deportivas, etc. ¿Qué tienen en común todos estos juegos? — No digas: «debe haber algo que sea común a todos, porque si no no se llamarían ‘juegos’»; mira, en cambio, si efectivamente hay algo que sea común a todos. — De hecho, si los observas no verás, por cierto, nada que sea común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos, verás más bien toda una serie…”.
“Análogamente, el autor no es más que una estrategia textual capaz de establecer correlaciones semánticas: |me refiero…| (Jch meine…) significa que, en el ámbito de este texto, el término |juego| deberá adoptar determinada extensión (para así abarcar los juegos de ajedrez o de damas, los juegos de cartas, etc.), al tiempo que se evita intencionalmente dar una descripción intencional del mismo…”.
En este terreno, el mayor hallazgo de Eco sobre el ajedrez lo hace cuando lo compara con una red ferroviaria. En ese momento abundaría sobre nuestro juego, y lo hace cuando analiza las calidades que podrían llegar a tener los lectores:
“El tablero, las reglas del ajedrez y una serie de movimientos clásicos, registrados en la enciclopedia del ajedrecista, auténticos cuadros «interpartídicos», tradicionalmente considerados como algunos de los movimientos más fructíferos, elegantes y económicos. Este conjunto (forma del tablero, reglas de juego y cuadros de juego) equivale a la red ferroviaria del ejemplo anterior: representa un conjunto de posibilidades permitidas por la estructura de la enciclopedia ajedrecística. Sobre esa base, el lector se dispone a configurar su solución personal.
Para ello realiza un doble movimiento: por una parte, considera todas las posibilidades objetivamente reconocibles como «admitidas» (por ejemplo, no considera los movimientos que colocan a su rey en situación de ser comido inmediatamente: estos movimientos se consideran «prohibidos»); por otra parte, prefigura el movimiento que considera mejor, teniendo en cuenta lo que sabe sobre la psicología de Ivanov y sobre las previsiones que Ivanov debe de haber hecho sobre la psicología de Smith (por ejemplo, el lector puede suponer que Ivanov aventura un audaz gambito porque prevé que Smith caerá en la trampa).
Entonces, el lector marca en la ficha el estado que, según él, corresponde al estado valorizado por la partida que el autor presenta como óptima. Después da vuelta a la página y compara la solución de su ficha con la que está impresa en el manual. Una de dos: ha adivinado o no ha adivinado. Si no ha adivinado, ¿qué hará? Tirará (contrariado) su ficha porque representa un estado de cosas posible, que el desarrollo de la partida (propuesta como la única buena) no ha confirmado.
Eso no significa que el estado alternativo que había propuesto fuese ajedrecísticamente inadmisible; todo lo contrario: era muy probable, tanto que el lector pudo representarlo efectivamente. Lo único que sucede es que no coincide con el que propone el autor. Adviértase que (i) cabría prolongar este tipo de ejercicio y aplicarlo a cada uno de los movimientos de una partida muy prolongada y (ii) para cada movimiento el lector podría proyectar no uno, sino varios estados posibles; por último (iii), el autor podría divertirse representando todos los estados posibles que habría podido realizar Ivanov, junto con todas las respuestas posibles de Smith, y así sucesivamente, planteando para cada movimiento una serie de disyunciones múltiples, hasta el infinito. Procedimiento que no resultaría demasiado económico, pero que, en principio, parece factible.
Naturalmente, es preciso que el lector haya decidido cooperar con el autor, es decir, aceptar que la partida Ivanov Smith debe considerarse no sólo como la única que he hecho, que se ha realizado, sino también como la mejor que cabía realizar. Si, en cambio, el lector no coopera, entonces también puede usar el manual, pero como estímulo para imaginar sus propias partidas, así como podemos interrumpir la lectura de una novela policíaca para dedicarnos a escribir nuestra propia novela, sin preocuparnos por la eventualidad de que el desarrollo de los acontecimientos que hemos imaginado coincida o no con el que confirma el autor.
De modo que pueden darse posibilidades ajedrecísticas objetivamente permitidas por la enciclopedia (la red) ajedrecística. Pueden configurarse movimientos posibles que, aunque son sólo posibles si se los compara con la partida «buena», no por ello carecen de una eventual representación concreta. El mundo posible prefigurado por el lector se basa tanto sobre condiciones objetivas de la red como sobre sus propias especulaciones subjetivas acerca del comportamiento del otro (es decir: el lector especula subjetivamente sobre la manera en que Ivanov reaccionará subjetivamente ante las posibilidades que la red ofrece objetivamente).
Al margen de la diferencia de complejidad entre la red ajedrecística y la red ferroviaria, las dos analogías satisfacen las condiciones de una fábula entendida como relato de un viaje de Florencia a Empoli o de una partida de ajedrez entre Ivanov y Smith. En cuanto a la analogía ajedrecística, un texto narrativo puede parecerse tanto a un manual para niños como a uno destinado a jugadores expertos. En el primer caso se propondrán situaciones bastante obvias (según la enciclopedia ajedrecística), para que el niño pueda sentir la satisfacción de proponer previsiones coronadas por el éxito; en el segundo caso se presentarán situaciones en las que el ganador ha aventurado un movimiento totalmente inédito, aún no registrado por ningún cuadro, capaz de pasar a la historia por su audacia y novedad, para que el lector sienta el placer de resultar refutado. Al final de la fábula, el niño está feliz porque se entera de que los protagonistas vivieron juntos, felices y contentos, tal como él había previsto; en cambio, al final de The Murder of Roger Ackroyd, el lector de Agatha Christie está feliz porque se entera de que se había equivocado totalmente y de que la autora ha sabido sorprenderlo de una manera endiablada. Cada fábula propone su propio juego y su propia manera de proporcionar placer”.
Las otras referencias al ajedrez que hace Eco en este libro son las siguientes:
“En el caso de la narración consoladora debemos salir del texto para volver a él con lo que éste ya promete que ha de darnos. En otros géneros narrativos sucederá lo contrario. Un dame bien parisién juega (como veremos en el último capítulo) con todas esas posibilidades y, a semejanza de las partidas de ajedrez de los semanarios enigmistas, nos habla con la voz de un Blanco que siempre, e ineluctablemente, mata en dos movimientos (…)”.

“Si a cree que Jonás puede ser tragado por una ballena sin que de ello se deriven graves consecuencias para su salud es porque su enciclopedia acepta ese hecho como razonable y posible (si a cree que su adversario puede comerle la torre con un caballo es porqué la estructura del tablero y las reglas del ajedrez posibilitan estructuralmente ese movimiento). Un hombre del medievo hubiera podido decir que jamás acontecimiento alguno de su experiencia había contradicho la enciclopedia en lo que se refería a las costumbres de las ballenas…”.
Por último, Eco vuelve a creer que el ajedrez es un adecuado recurso aclaratorio, y se vale de él a cómo dé lugar:
“Si el concepto llegara a parecer oscuro o si resultara difícil aplicarlo fuera de una matriz de mundo, bastará con evocar nuevamente el ejemplo del ajedrez, ya usado en el capítulo anterior. Una pieza de ajedrez carece de significado propio, sólo tiene valencias sintácticas (puede moverse de determinada manera en el tablero). Esa pieza, al comienzo del juego, tiene todos los significados posibles y ninguno (puede entrar en cualquier relación con cualquier otra pieza). Pero, en un estado s1 de la partida, la pieza es una unidad de juego que significa todos los movimientos que puede hacer en esa situación dada; o sea que es un individuo dotado de determinadas propiedades y estas propiedades son las propiedades de poder hacer ciertos movimientos inmediatos (y no otros) que anticipan una diversidad de movimientos futuros. En este sentido, la pieza es tanto una entidad expresiva que transmite ciertos contenidos de juego (por eso, en el Tratado, 2.9.2, se sostenía que el ajedrez no constituye un sistema semiótico de un solo plano, como quería Hjelmslev) como algo estructuralmente similar a un personaje de una fábula en el momento en que se plantea una disyunción de posibilidad.

Si suponemos que ese individuo es la reina blanca, podemos decir que posee algunas propiedades esenciales (a saber, la de poder moverse en todas direcciones, la de no poder hacer el movimiento del caballo, la de no poder saltar por encima de otras piezas en su marcha en línea recta); pero en la situación s1 tiene también propiedades E-necesarias, que derivan de que en ese estado del juego está en relación con otras piezas. Por consiguiente, será una reina ligada E-necesariamente con la posición, por ejemplo, del alfil negro, que le permite hacer ciertos movimientos, salvo aquéllos que la colocarían en peligro respecto de ese alfil. Lo inverso vale simétricamente para el caso del alfil. Todo lo que se puede pensar, esperar, proyectar, prever respecto de los movimientos de la reina blanca debe partir del hecho de que se habla de una rRa, o sea, de una reina que se define sólo por su relación con el alfil.

Ahora bien: si alguien quisiera pensar en una reina no vinculada con ese alfil, estaría pensando en otra situación de juego, en otra partida y, por consiguiente, en otra reina definida por otras relaciones E-necesarias. Naturalmente, la comparación sólo vale si se compara la fábula en la totalidad de sus estados con un estado de la partida: en efecto, es propiedad de una partida de ajedrez (a diferencia de una narración) poder cambiar las relaciones E-necesarias entre las piezas de un movimiento a otro.

Pues bien: si tratásemos de imaginar la reina del estado s1 empeñándose en pensarse a sí misma como desvinculada de su relación necesaria con el alfil, esa reina se encontraría en la situación extrañísima representada en la última matriz de mundo que hemos considerado. Es decir: debería pensar en una reina que fuese y no fuese ella misma, o sea que debería formular el condicional contrafáctico «¿qué ocurriría si la rRa que soy yo no fuese una rRa?», es decir: «¿qué ocurriría si yo no fuese yo», jueguito metafísico en el que incurre a veces alguno de nosotros, pero por lo común con escasos resultados.
Sin embargo, afirmar que dentro de determinado mundo narrativo (o de determinado estado de una partida de ajedrez) no se puede concebir o construir el mundo de referencia del lector (o del jugador que está en condiciones de imaginar estados diferentes) parecería una tontería, condenada por su misma obviedad. Sería como decir que Caperucita Roja no está en condiciones de concebir un universo en el que se ha producido la conferencia de Yalta…Es lo que le ocurre al enfermo del que se dice que vive en un mundo sólo suyo o al niño que piensa que la madre está tan estrechamente ligada a él que cuando ésta se ausenta, y ya no puede definirla en relación con su propia presencia, cree que se ha disuelto”.
Como novelista Eco fue mundialmente conocido por El nombre de la Rosa, trabajo de 1980 ulteriormente llevado a la cinematografía. En su Introducción, bajo el título “Naturalmente un manuscrito”, dice:
“Si nada nuevo hubiese sucedido, todavia seguiria preguntándome por el origen de la historia de Adso de Melk; pero en 1970, en Buenos Aires, curioseando en las mesas de una pequeña librería de viejo de Corrientes, cerca del más famoso Patio del Tango de esa gran arteria tropecé con la versión castellana de un librito de Milo Temesvar, Del uso de los espejos en el juego del ajedrez, que ya había tenido ocasíón de citar (de segunda mano) en mi Apocalípticos e integrados, al referirme a otra obra suya posterior, Los vendedores de Apocalipsis. Se trataba de la traducción del original, hoy perdido, en lengua georgiana (Tiflis 1934): allí encontré con gran sorpresa, abundantes citas del manuscrito de Adso…”.
El ajedrez, Buenos Aires y, ya veremos porqué, nuestro Borges, resultan así una fuente de inspiración inesperada para esa extraordinaria novela del autor y semiólogo italiano. Se sabe que Borges influyó en Eco en el personaje de Jorge: el benedictino más viejo de la abadía, ciego, agresivo, conservador, cerrado a nuevas ideas, fiel reflejo del hombre de la Edad Media, de la antigua Iglesia. Su ceguera encierra muchas conjeturas: la más probable, que sea una alegoría de la ceguera de la Iglesia, vista desde la perspectiva de la modernidad, ante la situación del hombre en el mundo. Y ese oscuro personaje esta inspirado en Jorge Luis Borges, escritor argentino, ciego al igual que el guardia de la biblioteca, pero antitético en cuanto a sus valores. El propio Eco diría al respecto en sus Apostillas a El nombre de la Rosa:
“Todos me preguntaban por qué mi Jorge evoca por el nombre a Borges, y porqué Borges es tan malvado. No lo sé. Quería un ciego que custodiase una biblioteca (me parecía una buena idea narrativa), y biblioteca más ciego sólo puede dar Borges. También porque las deudas se pagan”.
Pero también Borges habría sido una fuente de inspiración ya que el relato de Eco, en su faz detectivesca sigue, de algún modo, el modelo del cuento del argentino La muerte y la brújula. García Matarranz ve otras influencias literarias y en la propia omnipresencia de Jorge, el personaje de la abadía, tan presente como otro Jorge, el Borges, en el mundo y en la vida literaria.
Pero lo interesante del caso, a los efectos de este relato, es que Temesvar no existe por lo que, la invención de un supuesto escritor, también está en línea con la mejor tradición borgiana de crear escritores tan verosímiles como inexistentes.
Por suerte existe la buena literatura. Por suerte existe Buenos Aires. Por suerte existen (en su caso decir existieron es no reconocerles su debida inmortalidad), Borges, Eco y un íntimo vínculo entre ellos y con el propio ajedrez.

Sergio Ernesto Negri nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es Maestro FIDE. Desarrolló estudios sobre la relación del ajedrez con la cultura y la historia.

Itsukushima Shrine.

  

Berardinelli contra todos en 'Leer es un riesgo': "Umberto Eco no es escritor, es fenómeno de masas"

El escritor Alfonso Berardinelli recopila en 'Leer es un riesgo' (Círculo de Tiza) varios de sus artículos publicados en los últimos años en los que reflexiona sobre el futuro de la literatura y en el que el autor italiano dispara contra todos y, en especial, contra figuras de renombre de las letras italianas como Umberto Eco, al que no le considera escritor.

29/09/2016 
MADRID, 29 
"Es el más famoso en Italia, pero no es verdaderamente un escritor, sino un fenómeno de masas. Lo mismo ocurre con Darío Fo o Roberto Begnini, parece que aquí solo recibimos premios si nos expresamos de forma lúdica o cómica, y es algo que no me gusta. No somos 'clowns'", ha lamentado en una entrevista con Europa Press el autor italiano.
En sus artículos, Berardinelli llega a comparar a Eco con Berlusconi, ya que a ambos "les mueve una irresistible vocación demagógica y populista". Para el escritor, incluso "sería mejor dar el premio Nobel a Dylan que a Eco o Fo, porque sus textos son mejores", ha ironizado.

Esta mirada pesimista sobre el mundo de las letras actual no se circunscribe únicamente a Italia, ya que también hay críticas sobre otros nombres reconocidos en Estados Unidos como David Foster Wallace. "Bueno, no es importante, porque siempre hay casos como éste de idolatrías momentáneas", ha señalado, tras criticar que esa admiración siempre esté dirigida a autores norteamericanos.

"Parece que son los únicos ídolos para la mayoría de jóvenes escritores, la pluralidad de las literaturas occidentales es hoy muy reducida. Quizás por eso luego llaman siempre a sus personajes Mary, Johnny o Peter en lugar de Piero o Carlo, y están siempre diciendo 'Ok'. Es una manera insoportable de expresarse", ha añadido.
A pesar de estas críticas, no cree que se trate de él contra todos, sino "solo contra algunos que cuentan con la admiración de muchos". "Sé que parecen provocaciones, pero son cosas de sentido común, no soy muy original. Escribo a menudo lo que casi todo el mundo piensa", ha resaltado.

LA EDUCACIÓN ES ABURRIDA

Berardinelli abandonó su cátedra en el año 1995 tras una veintena de años en la enseñanza universitaria. Su rechazo al actual sistema educativo también queda patente en las páginas de esta obra, resaltando que "los discursos de los educadores son vacíos". "La única solución pasa por que los propios profesores se den cuenta de la extraordinaria importancia de su labor", ha alertado.
"Me interesa muchísimo cómo se transmite la cultura a los jóvenes y a los niños: los grados más importantes son primaria y universitaria. Para los alumnos, si no van a querer estudiar, deberían hacerlos trabajar físicamente. Y los profesores deberían de matar el aburrimiento, porque la escuela es aburrida para todos", ha asegurado.
TODOS QUIEREN SER ARTISTAS

En definitiva, 'Leer es un riesgo' habla la "generalización" de la cultura, que ha perdido su capacidad "selectiva". "Es un hecho que hoy en día todos se creen creadores, artistas o filosófos, y se expresan sin límites", ha indicado. Por ello, incide en la importancia de los críticos literarios, aquellos que "no escriben para tener una buena relación" con otros escritores.

Berardinelli continúa su defensa de la lectura con una visión optimista para los nuevos lectores. "Si digo que leer es un riesgo es porque, aquellos que lean con verdadera atención, pueden cambiar mucho o poco su manera de pensar. Y desde luego que es arriesgado. Muchos dicen que Internet les cambió la vida, pero yo creo que 'Los hermanos Karamazov' te la puede cambiar un poco más", ha concluido.



Alfonso Berardinelli, (Roma, 11 de julio de 1943) es un crítico literario y ensayista italiano. Colabora en varios diarios italianos (Avvenire, Il Sole 24 Ore y Il Foglio).

Desde 1983 se dedicó a la enseñanza de literatura contemporánea, como profesor asociado, en la Universidad de Venecia. Tras más de veinte años como Profesor de Historia de la Literatura Moderna en Venecia dimitió -renunció a su cátedra- de forma polémica en 1995 en conflicto con el sistema corporativo de la cultura en Italia y abandonó la enseñanza. Desde entonces se dedica a impartir conferencias y escribir. Polemista culto y refinado, ha convertido la crítica de la cultura en su campo de acción privilegiado. Vive en Tuscania.
En 1985, junto a Piergiorgio Bellocchio, funda y dirige la revista de crítica Diario. Dirigió de 2007 a 2009 la colección "Prosa e Poesia" de la editorial Libri Scheiwiller de Milán.
Fue galardonado con el Premio Viareggio en 2002, en la categoría de ensayo. También ganó el Premio Napoli y el Premio Cardarelli de la crítica literaria en 2008.
Alfonso Berardinelli, el agitador cultural más indómito y polémico de Italia, ha recogido en el libro Leer es un riesgo sus reflexiones más lúcidas y provocadoras sobre la lectura y los cánones literarios sin posicionamientos políticos, sin proclamas ni programas.

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